Heridas del viento

Heridas del viento. Crónicas armenias con manchas de jugo de granada es la ópera prima de Virginia Mendoza, periodista, antropóloga y compañera de clase en mis años de universidad. Por aquel entonces no compartí muchas charlas con ella, quizás por la timidez de ambas, pero ya en el último curso nos recuerdo a las dos sentadas en el suelo, delante del despacho de uno de nuestros profesores, esperando nuestro respectivo turno para la revisión de algún trabajo o examen. No sabría decir de qué estuvimos hablando, pero sí que nos echamos unas buenas risas y que para mis adentros lamenté no haber trabado más amistad con ella en esos cinco años en los que habíamos estado compartiendo aula.

Afortunadamente las redes sociales nos permiten estar al tanto de las andanzas de nuestros antiguos compañeros, y así es como supe que Virginia había empezado a estudiar Antropología tras licenciarse en Periodismo, y que se marchaba a Armenia como voluntaria de un programa europeo para investigar las culturas de las minorías étnicas de dicho país. Desde ese momento fui siguiendo sus crónicas a través de Cuaderno Armenio, el blog que creó para recopilar y compartir todo lo que iba viviendo en Armenia y que fue el germen de su primer libro, Heridas del viento.

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He de reconocer que cuando leo, me suelo decantar por las novelas y las historias de ficción, quizás, en parte, por ese sosiego que te da el saber que la historia que estás leyendo, por muy dramática que sea, solo es fruto de la imaginación del escritor. Pero cuando lees un libro como el de Virginia (que tanto me ha recordado a los de Ryszard Kapuściński que leímos en la universidad) la realidad te sacude de arriba abajo, te da un bofetón en la cara para despertarte de tu letargo, te pellizca con fuerza el corazón.

Heridas del viento iba a llamarse inicialmente Voces, como la segunda de las cuatro partes en las que está dividido el libro, pero al leer la tercera acepción de la palabra “voz” en el DRAE, Virginia encontró un título más adecuado: Voz: 3. Sonido que forman algunas cosas inanimadas, heridas del viento o hiriendo en él. En cuanto a esas Crónicas armenias con manchas de jugo de granada” del subtítulo, no es hasta casi el final del libro donde Virginia nos descubre que esta fruta es uno de los principales emblemas armenios, y relata una serie de datos curiosos sobre lo que simboliza y sobre los rituales que protagoniza en nombre de la fertilidad y la maternidad.

Las historias que recoge Heridas del viento están repartidas en cuatro epígrafes: Silencios, Voces, Estelas y Líneas. En el primero de ellos, Virginia nos cuenta cómo fueron sus inicios en Armenia y los primeros contactos que tuvo con sus gentes. Nos habla del Monte Ararat, donde dicen que quedó varada el arca de Noé, de Mesrop Mashtots, el inventor del alfabeto armenio, y de cómo el brandy armenio jugó un papel importante en Yalta, cuando Churchill, Stalin y Roosvelt se repartían el mundo. Sin embargo, el capítulo que más llamó mi atención fue el dedicado a los molokanes o bebedores de leche, una vertiente cristiana nacida en Rusia que se oponía a las normas de la Iglesia Ortodoxa.

Voces es, quizás, la parte más dura del libro ya que reúne testimonios en torno al genocidio armenio, en el que fueron arrebatadas un millón y medio de vidas, el terremoto de 1988 en el norte de Armenia cuyas consecuencias se siguen sufriendo hoy, y la guerra de 1991 entre Azerbaiyán y Nagorno-Karabakh.

Las historias de Amam, Verghine, Movses e Iskuhi, Paruyr y Pirusa, y frases como “Seguir con vida no siempre significa sobrevivir”, “Volvió para morir armenia”, “En realidad no tenían nada salvo la vida” me dejaron especialmente consternada.

En Estelas descubrimos una serie de peculiares personajes, como Sasun Pamik, el héroe nacional, Levon Arakelyan, que excavó un templo subterráneo que resultó ser milagroso, o Lusik Aguletsi, la mujer que siempre viste el traje tradicional armenio.

Y en Líneas destaca la narración de ese memorial oculto que cada año homenajea a las víctimas de un genocidio negado y silenciado.

Gracias, Virginia, por haberme llevado de la mano a conocer tu querida Armenia, por haberme regalado un trocito de ella. Las redes sociales me vuelven a informar de que pronto volverás a Armenia, así que espero poder seguir leyendo muchas más de esas historias que pellizcan con fuerza el corazón.

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