Cien años sin Alain-Fournier

Siendo adolescente, mientras echaba un vistazo a la sección de libros juveniles en unos grandes almacenes, uno de ellos llamó mi atención: en la portada aparecía la silueta oscura del busto de una chica que sostenía un paraguas rojo, y la lluvia de la que se protegía tenía forma de pequeñas torres Eiffel invertidas. Se llamaba La lluvia de París, de modo que la composición de la cubierta no podía ser más acertada. El texto de la contraportada hacía referencia a París, evidentemente, al cine, a los sueños y la esperanza, a la historia de un tal Meaulnes y a un escritor llamado Alain-Fournier. Tanta mención a mi adorado París acabó por convencerme y me lo llevé a casa; además, algo me decía que tenía algo especial y no me equivoqué. Es uno de los pocos libros que he releído entero en varias ocasiones, aunque reconozco que a veces me he recreado solamente en mis fragmentos favoritos, como por ejemplo, el del paseo por el cementerio Père-Lachaise.

Tal es el cariño que le he cogido al libro en todos estos años que, cuando me enteré de que mi amiga Gema iba a entrevistar a Lorenzo Silva, su autor, no pude evitar pedirle que me consiguiera un autógrafo suyo. Y la dedicatoria no pudo ser más bonita: “Para Laura, con la alegría de tenerte como lectora, de compartir este lluvioso París que ambos sabemos”. Es mi pequeño tesoro 🙂

La lluvia de París forma parte de la llamada Trilogía de Getafe (que incluye también Algún día, cuando pueda llevarte a Varsovia y El cazador del desierto) y cuenta la historia de Silvia, una bella joven que tiene la oportunidad de marcharse a París a rodar una película y convertirse en una verdadera estrella de cine, pero una vez allí se dará cuenta de que no todo en la vida es como soñamos.

Uno de los motivos por los que más me gusta este libro es por cómo describe la amistad entre Silvia y sus mejores amigas, Laura e Irene (protagonistas respectivamente de los otros dos volúmenes de la trilogía), ese afecto personal, puro y desinteresado tan característico de la adolescencia, unido a la lealtad, las confidencias, los consejos y a la complicidad por ir descubriendo juntas nuevas experiencias y etapas. Pero si La lluvia de París es uno de mis libros favoritos es, especialmente, por todo lo que me descubrió, y es que gracias a él conocí a Alain-Fournier, el verdadero protagonista del post de hoy, al cumplirse cien años de su muerte.

Fournier es casi un personaje más en La lluvia de París, él y su alter ego Augustin Meaulnes, que da nombre a la única novela que publicó: El gran Meaulnes. Es casi magistral cómo una obra que fue escrita en Francia a principios del siglo XX puede seguir vigente en la actualidad y servir de hilo conductor para contar la historia de Silvia, así como para crear tantos paralelismos entre ella y Meaulnes. También existen muchas similitudes entre la vida de Meaulnes y la del propio Fournier, por eso se dice que se trata de una especie de autobiografía que gira en torno al amor, a las ilusiones juveniles y a las decepciones de la edad adulta que vivió Fournier: se enamoró a primera vista de Yvonne Quiévrecourt (que encarna el personaje de Yvonne de Galais en su novela), pero el amor no correspondido de ésta marcaría el devenir de su vida. Y solamente pudo publicar una novela, de éxito tardío, puesto que murió muy joven, con apenas 27 años, en uno de los primeros combates de la Primera Guerra Mundial, aunque su cuerpo no sería encontrado hasta setenta y ocho años después, en una fosa común junto a otros veinte soldados. Ahora sus restos descansan en el cementerio militar de Saint-Rémy-la-Calonne.

No hay nada de particular ni de grandioso en la biografía de Alain-Fournier: tuvo una vida corta y un tanto triste por ese amor fallido, la única novela que publicó obtuvo un reconocimiento retardado del que apenas pudo disfrutar, y falleció trágicamente siendo aún muy joven; sin embargo, le dio tiempo a escribir El gran Meaulnes y a transmitir a los lectores a través de sus páginas que no todo está perdido cuando los sueños se derrumban, que el futuro siempre esconde un atisbo de esperanza. Puede parecer una premisa sencilla, pero para mí, que siempre suelo ver el vaso medio vacío, ésta es una auténtica lección para la vida, para seguir adelante.

Gracias a Lorenzo Silva y a su lluvia de París le cogí cariño a Alain-Fournier, a ese joven enamorado y soñador que vivió hace más de un siglo, pero cuyas vivencias, ideales y sentimientos han sido capaces de conmoverme muchísimos años después. Es por todo eso por lo que he querido dedicarle una entrada en mi blog en un día como hoy, para darle el reconocimiento que merece y que tal vez no reciba.

One Reply to “Cien años sin Alain-Fournier”

  1. Todos desde muy pequeños nos fijamos y seguimos a muchas personas por razones distintas. A medida que pasan los años, algunas de estas te van marcando mas interés y llegas a ser un gran seguidor. Cuando esto sucede, no hay mas gratificante que en algún momento del camino logres obtener la atención de alguna manera y recibir un tesoro como el que ahora conservas con tanto orgullo.
    Muchas felicidades y conservalo muy bien en un lugar seguro!! 🙂

    RV

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