El despertador sonó, como cada mañana, a las siete en punto. Leo lo apagó y acto seguido se levantó. Se duchó, se afeitó y se vistió antes de bajar a la cocina, que estaba ubicada en la primera planta de un céntrico ático dúplex, a prepararse el desayuno. Siempre tomaba lo mismo: un café americano y dos tostadas de espelta y centeno con aguacate, semillas de sésamo, pistachos y aceite. Después de desayunar, Leo dedicaba quince minutos a leer el periódico en su Ipad y, a continuación, cuando las manillas del majestuoso reloj de pie que decoraba su salón marcaban las ocho, Leo se dirigía a su despacho para empezar a trabajar.
Era un hombre muy metódico y responsable, por eso siempre procuraba cumplir con los horarios que él mismo se imponía. Había logrado ser un escritor de éxito y todos los libros que publicaba se convertían enseguida en best sellers; los críticos ensalzaban la calidad literaria de sus obras y los lectores le abordaban por la calle para preguntarle cuándo tendría lista la siguiente entrega de la serie de novelas de género negro que le había catapultado a las primeras posiciones de las listas de autores más leídos. Leo sabía que su fama no era fruto del azar ni de la suerte sino del esfuerzo y la constancia, de haberse dedicado día tras día durante mucho tiempo a lo que más le gustaba: escribir. Su objetivo, algunos años atrás, no era simplemente publicar un libro y caer después en el olvido; él quería ser escritor y lo había conseguido. Sin embargo, en los últimos meses sentía que se había estancado, que necesitaba evolucionar y escribir otro tipo de libros. Había hablado largo y tendido con Belén, su editora, y ella parecía estar de acuerdo con Leo: había llegado el momento de llevar a cabo otro tipo de proyectos. A Leo le aliviaba saber que tenía, como siempre, el apoyo de Belén; sin embargo, le quedaba la parte más difícil, que era contárselo a Tomás. Leo no quería dejar pasar más tiempo, así que aquella misma mañana se reuniría con él para ponerle al día sobre sus nuevos planes.
No hacía ni media hora que Leo había empezado a teclear en el ordenador, cuando Tomás apareció.
– Aquí me tienes, jefe.
– Buenos días, Tomás.
– Bueno, ¿qué pasa? ¿De qué quieres hablar conmigo?
– Sí, bueno, pues es que…
– ¿Qué me quieres contar, que estás escribiendo una nueva novela?
– Sí, ¿como lo sabes?
– Porque lo acabo de ver en la pantalla de tu ordenador.
– Ah, bueno…
– ¿Pero no deberías centrarte en terminar la última entrega de la saga del inspector Gorrión? Después no te quejes cuando Belén empiece a presionar con los plazos de entrega…
– No, bueno, es que es precisamente de eso de lo que te quería hablar. La última novela del inspector Gorrión está casi terminada, solo me falta el desenlace, darle un buen final a Gorrión…
– ¿Un buen final? ¿A qué te refieres?
– No va a haber más entregas de la saga, Tomás. Gorrión va a dejar de existir.
– ¡¿Qué?! ¿Pero cómo puedes hacerme esto, cabronazo?
– Lo siento, amigo, pero quiero escribir otro tipo de libros.
– ¿Y Belén qué dice sobre eso?
– Está de acuerdo.
– Sois unos cabrones…
– Ya te he pedido disculpas, Tomás. Además, tampoco iba a ser una serie eterna, algún día tenía que terminar.
– Pero no tan pronto… ¡Menudo chasco se van a llevar los lectores!
– Imagino que sí, pero son muy fieles y me respetan, seguro que lo entenderán.
– O no… tú eres quien eres por mí, tú eres Leo Márquez gracias al inspector Gorrión…
– Te daré un final digno, Tomás, no te preocupes. El inspector Gorrión tendrá el desenlace que merece.
– ¿Ya lo tienes pensado?
– Más o menos… Vas a ser quedar como un héroe literario a la altura de El Quijote.
– Menos guasa, Leoncio Márquez, que me has dejado muy jodido. No todos los días le dicen a uno que le ha llegado su fin…
Unos meses después de aquel encuentro, se publicó el último libro de la saga: El inspector Gorrión y el misterio de la habitación cerrada. A Leo le había costado terminarlo más de lo que imaginaba; Tomás Gorrión había sido su primer personaje, el que le había convertido en aquello que tanto deseaba ser, por eso no le había resultado nada fácil despedirse para siempre de él.
Leoncio es un hombre apoderado y Tomás Gorrión un “personaje” dependiente. Fíjate, no es que me gusten mucho los gorriones y al final voy a tener algo en común con ellos. Tú ya me entiendes.
He vuelto.
¿Vuelves para quedarte? Tienes muchos posts que leer para ponerte al día, ¿eh? Me encanta leerte por aquí de nuevo. 🙂