María Moliner, la recolectora de palabras

María Moliner vivió por y para las palabras; las leía y releía, las anotaba, las clasificaba, las definía. Y finalmente las reunió en un diccionario, su Diccionario de uso del español (DUE), del que este año se cumple medio siglo desde su primera edición y en el que invirtió quince años de su vida. Comenzó a escribirlo en 1952, tras dos años de análisis y preparación, con el fin de crear una herramienta para cifrar, no para descifrar, es decir, no ya para interpretar las palabras escuchadas o leídas, sino para ser capaces de seleccionar las palabras adecuadas en la emisión del mensaje (de ahí que lo llamara “de uso“). El DUE se convirtió enseguida en una obra de referencia entre estudiosos y escritores, aunque también gozó de gran popularidad fuera del ámbito propiamente académico; además de las definiciones incluía sinónimos, expresiones y frases hechas, y numerosos ejemplos de gramática y sintaxis. Adoptó el criterio de ordenación alfabética internacional que incorporaba los dígrafos CH y LL a la C y la L respectivamente, criterio que la RAE no seguiría hasta 1994.

Tras la publicación del diccionario María Moliner se puso a trabajar en la segunda edición: “En un diccionario no se puede dejar de trabajar. Constantemente estoy viendo en los periódicos o en las novelas expresiones que anoto para incluirlas. Ya tengo una gran colección de adiciones. Si no me muriera, seguiría siempre haciendo adiciones al diccionario”, declaró en una entrevista del diario ABC en 1972.

María Moliner forma parte de esa extensa lista de mujeres que han recibido un reconocimiento tardío a su admirable labor profesional. En ese mismo listado figura Maruja Mallo, a quien le dediqué un post, tal día como hoy, El Día Internacional de la Mujer, hace cinco años: Maruja Mallo, una de las grandes (olvidadas).

Moliner terminó la Licenciatura de Filosofía y Letras en la Universidad de Zaragoza en 1921, con sobresaliente y premio extraordinario, y apenas dos años más tarde se convirtió en la sexta mujer que accedía, por oposición, al Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Trabajó, en primer lugar, en el Archivo de Simancas (Valladolid); posteriormente se trasladó a Murcia, donde ascendió a oficial de segundo grado en el Archivo de la Delegación de Hacienda. Allí conoció al que se convertiría en su marido, Fernando Ramón y Ferrando, catedrático de Física, tan comprometido con su vocación como la propia María. El matrimonio Ramón Moliner y sus dos hijos mayores se trasladaron a Valencia a principios de los años treinta; María Moliner pasó a dirigir entonces el Archivo de Valencia. En esta etapa, además de dedicarse a la crianza de sus dos hijos menores y a sus tareas profesionales habituales, colaboró activamente en la Escuela Cossío, inspirada en la Institución Libre de Enseñanza, así como en las Misiones Pedagógicas de la República, donde se encargó de la organización de las bibliotecas rurales. Más tarde dirigió la Biblioteca de la Universidad de Valencia, participó en la Junta de Adquisición de Libros e Intercambio Internacional y formó parte del Consejo Central de Archivos, Bibliotecas y Tesoro Artístico.

A María Moliner le debemos también varios documentos clave para la biblioteconomía españolaInstrucciones para el servicio de pequeñas bibliotecas, Bibliotecas rurales y redes de bibliotecas en España (que presentó en el II Congreso Internacional de Bibliotecas y Bibliografía) y Proyecto de Plan de Bibliotecas del Estado. 

Tras la derrota del bando republicano en la Guerra Civil Española, Fernando Ramón fue suspendido de empleo y sueldo y trasladado a Murcia; Moliner, por su parte, reingresó en el Archivo de la Delegación de Hacienda en Valencia como funcionaria de séptima categoría, dieciocho niveles por debajo del que había llegado a alcanzar. En 1946 pasará a dirigir la biblioteca de la E.T. Superior de Ingenieros Industriales de Madrid hasta su jubilación, en 1970.

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En febrero de 1981, tras el fallecimiento de María Moliner, Gabriel García Márquez le dedicó una emotiva tribuna en El País en la que elogiaba la cuidadísima labor que había llevado a cabo en el ámbito de la lexicografía: “María Moliner hizo una proeza con muy pocos precedentes: escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana. Se llama Diccionario de uso del español, tiene dos tomos de casi 3.000 páginas en total, que pesan tres kilos, y viene a ser, en consecuencia, más de dos veces más largo que el de la Real Academia de la Lengua, y -a mi juicio- más de dos veces mejor”. Precisamente la RAE fue la que no permitió que ocupara uno de sus sillones. Dámaso Alonso, descubridor e impulsor de la edición del DUE a través de la Editorial Gredos, Rafael Lapesa y Pedro Laín Entralgo postularon a María Moliner para que fuera la primera mujer en entrar a la Academia. Cuentan que a ella esta nominación no le hizo especial ilusión, quizás porque, acostumbrada a vivir en una época de supremacía masculina, sabía que la propuesta no prosperaría. Y así fue: el elegido resultó ser Emilio Alarcos Llorach.

María Moliner fue una mujer adelantada a su tiempo, una de las primeras en convertirse en universitaria y en ejercer, posteriormente, una profesión. Inteligente, responsable y tenaz, sencilla y discreta, creía que era posible cambiar el mundo, aunque fuese poco a poco, a través de la formación, de la educación de los niños y de los libros. Vivió toda su vida rodeada de ellos y de los periódicos, recolectando palabras. Esas palabras que tanto amaba y que, al final de sus días, olvidó por culpa del alzhéimer. También olvidó el ostracismo y la marginación que había tenido que soportar por ser mujer y republicana. Pero, afortunadamente, somos muchos los que hoy la recordamos y reivindicamos su figura como una de las lexicógrafas más importantes de nuestro país.

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