Hace apenas unos días, el pasado miércoles, se conmemoraba el Día Internacional de la Mujer. Se convocaron marchas femeninas a nivel internacional contra la violencia de género, la discriminación, las diferencias salariales, el sexismo, etc. Bajo el lema “Si se paran las mujeres, se para el mundo” hubo también paros de trabajo, de consumo y en la realización de las tareas domésticas. Y todas estas movilizaciones se llevaron a cabo con el fin de reivindicar unos derechos que se nos siguen negando, y de denunciar unos abusos que, en pleno siglo XXI, continúan estando a la orden del día. Pero no basta con manifestarse solamente el 8 de marzo; la situación de las mujeres en nuestro país así como en el resto del mundo es tan crítica que necesita urgentemente de una mayor implicación social y gubernamental.
Ayer mismo, en los informativos de mediodía, dieron tres noticias seguidas que tenían que ver con diferentes situaciones de perjuicio y vulnerabilidad en las que las protagonistas eran mujeres:
“Un hombre de 33 años apuñala a su pareja, embarazada de siete meses. La mujer se encuentra fuera de peligro, pero ha perdido al hijo que esperaba a causa de la agresión”
“Desarticulan una red de prostitución que vendía la virginidad de una menor por 5.000 euros”
“Miembros de la infantería de la Marina de EE.UU. investigados por distribuir en redes sociales y webs pornográficas fotos y vídeos sus propias compañeras”
Los titulares son espeluznantes, ¿no creéis? A mí me dejaron realmente trastocada y por eso he decidido escribir este post, porque no alcanzo a entender de dónde surge tanta ira hacia nosotras, tanto afán por menospreciarnos y humillarnos.
El tema de la violencia de género es especialmente delicado en nuestro país. A diario conocemos algún nuevo caso de violencia de género y, en lo que llevamos de año, ya son 21 las mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas. Pactos de estado, protocolos de actuación, pero la cifra sube y sube. Los malos tratos hacia la mujer son la cara más brutal de una violencia silenciosa que, en nuestra sociedad, empieza cuando se nos pregunta en una entrevista de trabajo si se va a tener hijos pronto, cuando se nos impide acceder a cargos de importancia por nuestro sexo o cuando recibimos un sueldo inferior al de un hombre por desempeñar el mismo trabajo que él.
Ser mujer no es fácil en España, pero tampoco lo es en Namibia, México o Alemania. Ser mujer no era fácil en la Edad Media, pero tampoco lo es en la actualidad. Nunca ha sido fácil ser mujer porque siempre hemos vivido entre el veto, las presiones, la sumisión y la ausencia de derechos. Nos hemos acostumbrado a tener que alzar la voz de vez en cuando para exigir que se nos trate con respeto. Pero cuando lees titulares como los de arriba es cuando te das cuenta de lo crítica que es la situación, de que algo falla en nuestra sociedad y de que, desgraciadamente, vamos a tener que seguir luchando para que algún día ser mujer no sea tan duro como todavía lo es ahora.