Reflexiones en torno a “El Principito”

El pasado 6 de abril se cumplieron 75 años de la publicación de El Principito, el libro más conocido de Antoine de Saint-Exupéry, y no quería dejar pasar la oportunidad de dedicar unas palabras a una de las obras más importantes de la literatura europea del último siglo. Con motivo de su aniversario seguro que habréis leído estos días algún artículo en el que se decía que El Principito es el libro no religioso más leído en todo el mundo, que se ha traducido a trescientas lenguas y dialectos y que de él se han vendido ciento cincuenta millones de ejemplares. Seguramente también sabréis que, aunque se trata de una obra infantil, en el mundo del marketing se utiliza como guía para ser un buen líder. Tiene incluso un parque temático en Francia y en la actualidad existen numerosos artículos de merchandising que rinden homenaje al libro de Saint-Exupéry, como ya habréis podido comprobar si sois seguidores de la sección Los caprichos de mi álter ego (concretamente, puedes ver los artículos de El Principito que seleccioné en Caprichos de junio 17′ y Caprichos de febrero 18′).

El éxito de El Principito es más que evidente, ¿pero cómo ha logrado una sencilla y corta historia infantil, ilustrada por el propio autor, alcanzar semejante repercusión? Porque, además, aunque aparentemente sea un libro para niños, lo cierto es que la lectura y la interpretación de El Principito pueden resultar complejas hasta para un adulto. Yo personalmente leí el libro por primera cuando era adolescente y, aunque me gustó, no supe sacarle todo el jugo a las enigmáticas frases que prodiga el joven protagonista. Pero quizás, ahí está la gracia de esta obra, en que al tratarse de una fábula con evidentes connotaciones filosóficas, cada lector, ya sea un adulto o un niño, puede interpretarla en función de sus conocimientos y sus circunstancias y por eso el sentido de los mensajes que transmite cambia en función del momento de tu vida en el que lees la obra. Así El Principito es uno de esos libros que crece con el lector, uno de esos libros del que se descubren nuevos matices con cada lectura que se hace de él.

Antoine de Saint-Exupéry escribió El Principito en plena Segunda Guerra Mundial, por eso fue interpretado como un alegato contra el nazismo; otros estudiosos de la obra aseguran que el libro tiene un fuerte carácter autobiográfico y que, incluso, la historia estaría fuertemente relacionada con un episodio de alucinaciones y paranoia vivido por el autor en su época de piloto militar. Sea como fuere, lo cierto es que a mí siempre me ha gustado pensar que en El Principito Saint-Exupéry aparece representado en la figura del adulto, en ese piloto cuyo avión se avería en pleno desierto del Sáhara, y el niño, el principito, también sería él mismo, pero muchos años antes, en su niñez. De esta forma, utilizando este recurso, el autor puede establecer un diálogo consigo mismo y enfrentar el conocimiento y la experiencia de la madurez con la inocencia y la ilusión de la infancia. A través de la dicotomía entre la niñez y la edad madura, que es la base de esta obra, Saint-Exupéry reflexiona en torno al amor, la amistad, el trabajo, el esfuerzo y la vida en general y lo hace a través de frases lapidarias que están grabadas en la memoria colectiva y que quienes no han leído la obra pronuncian sin conocer su verdadero valor. Muchas de ellas son de sobra conocidas, como “Solo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible a los ojos”, que es un alegato en contra de las simples apariencias en favor de la belleza interior de las cosas y las personas; otras tienen que ver con los prejuicios (“Es mucho más difícil juzgarse a sí mismo, que juzgar a los otros”), con la importancia de equivocarse y asumir riesgos inesperados (“Caminando en línea recta no puede uno llegar muy lejos”) y también con la amistad (“No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo”). Toda esta retahíla de profundas afirmaciones en torno a valores que, desgraciadamente, a veces pasan desapercibidos no hace sino demostrarnos que a pesar de haber cumplido setenta y cinco años, El Principito sigue estando más vigente que nunca y que de su relectura siempre conseguiremos sacar algo nuevo y positivo.

Y vosotros/as, ¿habéis leído El Principito? ¿Cuál es vuestra frase favorita de la obra? Os leo en los comentarios. 😉 

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