Violeta

A Araceli no le gustaba mucho pasear por el camposanto; desde que su abuela había fallecido, unos años atrás, se le hacía cuesta arriba tener que visitarla en aquel lugar, por eso, siempre que podía, lo evitaba. Sin embargo, aquel día su madre le había pedido que la acompañara y a ella no le había parecido tan mala idea como de costumbre. Una vez en el cementerio, mientras su madre colocaba unos ramos de flores frescas en las tumbas de sus abuelos, Araceli decidió caminar por los alrededores. Apenas había dado unos cuantos pasos por las calles aledañas cuando reparó en la fotografía de una de las lápidas; aquella persona le resultaba familiar. Cuando se acercó pudo comprobar que se trataba de Violeta, una conocida de la adolescencia. Hacía tanto tiempo que Araceli no visitaba el cementerio que había olvidado que estuviese enterrada allí. Se había olvidado de Violeta. No habían sido grandes amigas, simplemente coincidieron en el conservatorio cuando ambas acudían a recibir lecciones de piano. Pero, aún así, a Araceli le había afectado bastante su muerte. La enfermedad se había manifestado de forma silenciosa, con unos insistentes dolores en la parte posterior de uno de los muslos que un médico despreocupado insistió en calmar con ibuprofenos al tratarse, según él, de unas ligeras molestias musculares. Sin embargo, los dolores se hicieron insoportables y Violeta dejó de acudir a clase. A los pocos meses Araceli se encontró con ella por la calle. “¿Sabes que tengo cáncer?”– le dijo con esa naturalidad tan propia de los adolescentes -. Aquellos dolores de los que tanto me quejaba cuando estábamos en clase han resultado ser eso. Araceli no supo qué decir y, quizás por la expresión de susto que se dibujó en su cara, Violeta se apresuró a asegurarle que estaba bien, que pronto empezaría con el tratamiento y que se pondría bien. Desgraciadamente no fue así. Araceli todavía recordaba cómo le había impresionado verla con peluca; su larga melena rubia había desaparecido y una cabellera encrespada y sin vida ocupaba su lugar. El vello de las cejas también se había desvanecido. Tenía la tez muy pálida y había adelgazado mucho. Esa fue la última vez que se vieron.

El tiempo se había detenido para Violeta dieciocho años atrás, y la fotografía de aquella lápida la mostraba tal y como era, tal y como había sido, con el rostro aniñado y angelical de una joven con sueños y metas que, por aquel entonces, no podía ni siquiera sospechar lo corta que sería su vida. Las fotografías son como esos relojes que dejan de funcionar y cuyas manecillas se quedan paradas de forma perenne en una hora concreta: nos recuerdan el momento exacto en el que se detiene el tiempo. De pie ante la tumba de su no amiga, Araceli no podía dejar de preguntarse cómo sería ahora Violeta si hubiera sobrevivido a la enfermedad. ¿Qué sería hoy de ella? Su muerte había trastocado a su familia y tan solo un par de años después su fallecimiento, sus padres se divorciaron y su hermano se refugió en las drogas. ¿Cuán diferente sería hoy la vida de todos ellos si Violeta no hubiese muerto con apenas diecisiete años? A Araceli le invadió la pena al pensar que mientras ella había crecido feliz y sin sufrimientos, a Violeta le había tocado enfrentarse a lo que un destino sin escrúpulos tenía reservado para ella. Araceli ahora seguía siendo feliz: había terminado sus estudios, tenía el trabajo que siempre había soñado y había formado una familia con su novio de toda la vida. A Violeta le habían arrebatado cualquier oportunidad de serlo.

Después de aquel día Araceli no volvió nunca más al cementerio, pero se esforzaba en pensar cada día en Violeta, en recordarla. El destino se lo había arrebatado todo siendo una niña, no iba a permitir que las manecillas del reloj se pusieran de nuevo en marcha y el paso del tiempo consumiera también su recuerdo.

2 Replies to “Violeta”

  1. Un relat amb part real…
    M’has provocat calfreds. Són d’eixes coses que marquen, que vius de lluny però tanmateix et toquen a dins i es queden en un raconet del pensament.
    La vida perleta. Com deia la meua abuela, al loró, a qui li toque. I així és…
    És molt puta la sort, no mira, no pregunta, no te cap sentiment…

  2. M.Teresa López dice: Responder

    Laura, este també es curtet.
    Valdría molt bé per Harmonia.

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