El cumpleaños de Alma

Cuando Blanca abrió el buzón para coger los folletos de publicidad y las cartas del banco, no esperaba encontrar entre aquel montón de papeles una carta de su amiga Alma. Las postales y las cartas habían pasado a mejor vida desde que el teléfono, el Whatsapp y las redes sociales facilitaban la rápida comunicación entre las personas; ya nadie enviaba y recibía este tipo de misivas, por eso resultaba tan sorprendente encontrar correo manuscrito en el buzón. Pero se trata de Alma – pensó Blanca – y ella siempre fue diferente a los demás.

Cuando eran niñas se hacían llamar La Pandilla Piruleta por lo mucho que les gustaba esa golosina, pero cuando crecieron y se convirtieron en adolescentes, empezaron a renegar de su propio mote. Entonces querían ser simplemente ellas: Alma, Blanca, Celia y Diana. Habían crecido juntas en un pequeño pueblo manchego que enseguida se les quedó pequeño; tumbadas en aquella destartalada casa del árbol que habían construido con la ayuda del abuelo de Celia, soñaban con hacerse mayores e irse de aquel lugar. Alma era la única que decía querer quedarse en el pueblo y, al final, así fue.

Ver la carta de una de sus mejores amigas entre la correspondencia había hecho a Blanca recordar los momentos felices que había compartido con ellas en Morote, pero también había despertado viejos fantasmas que, aunque nunca la habían abandonado, habían permanecido dormidos en un profundo letargo durante mucho tiempo. La muerte de Alberto había precipitado la marcha del pueblo de Celia y toda su familia y desde entonces ya nada había vuelto a ser lo mismo entre las integrantes de La Pandilla Piruleta. El dolor, el rencor y la culpabilidad habían construido un muro demasiado alto entre Blanca y Celia, y aunque las demás habían tratado de mediar en más de una ocasión, el tiempo y la distancia habían enquistado la profunda herida abierta que Alberto había dejado con su partida veinte años atrás.

No era la primera vez en los últimos años que Alma había contactado con Blanca. En un ocasión le había llamado para invitarla a la inauguración del pequeño hotel rural que había montado en la casa que había heredado de sus padres. “He llamado también a Celia y a Diana. ¡Me haría tanta ilusión que vinierais las tres…! – decía Alma entusiasmada – Y ya sé que no te hace demasiada gracia reencontrarte con Celia, pero ya ha pasado mucho tiempo desde lo de Alberto y quizás ha llegado el momento de sentaros a hablar de lo que ocurrió, ¿no crees?”. Blanca le prometió que haría todo lo posible por ir, pero unos días antes de la inauguración se excusó diciendo que aquel fin de semana tenía guardia en el hospital y que no la podía cambiar. Blanca supo después que Celia tampoco asistió y que la única que estuvo al lado de Alma en la inauguración fue Diana, quien a pesar de estar inmersa en la promoción de su última película, había dejado de lado sus obligaciones para acompañar a su amiga. Después de aquello, Blanca no volvió a saber nada de Alma, por eso le sorprendió tanto recibir una carta suya. Subió a casa, se puso cómoda, preparó te y se sentó en el sofá dispuesta a leer lo que su amiga quería contarle:

“Querida Blanca:

¿Cómo estás? Hace tanto tiempo que no hablamos que ya ni recuerdo cuándo fue la última vez que lo hicimos. Espero que te vaya todo muy bien en Barcelona. Sigues trabajando en el Universitario del Valle de Hebron, ¿no? Bueno, nos pondremos al día pronto porque…(redoble de tambores) el próximo fin de semana es mi cumpleaños (¡mi cuarenta cumpleaños!) y quiero celebrarlo con todos mi amigos. Y, además, tengo algo muy importante que contaros, así que esta vez no me vale ninguna excusa, ¿eh? Te llamo dentro de unos días para concretar todo, ¿de acuerdo?

¡Un beso muy fuerte!

Fdo: Alma (tesorera de La Pandilla Piruleta)”

Blanca no pudo evitar sonreír al leer el final de la breve carta de su amiga. ¿Qué sería aquello tan importante que les quería contar?

*CONTINUARÁ*

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