Al fin llegó el gran día, el día de la boda. La novia, tan radiante como tantas veces la había imaginado, estaba lista para hacer su entrada en la iglesia. Empezó a sonar la música, los invitados al enlace se pusieron en pie y ella, cogida del brazo de su padre, se dirigió al altar. Caminaban despacio, al ritmo de una pequeña pieza que yo mismo había compuesto para la ocasión. Diana iba saludando y sonriendo a aquellos que, discretamente, le lanzaban algún piropo. Sus grandes ojos color miel brillaban como nunca antes lo habían hecho; ese era, sin duda, uno de los días más felices de su vida.
Yo me deleitaba viéndola aproximarse. Su vestido era sencillo, tal y como me había adelantado unos días atrás. “Ya sabes cómo soy, Gaby, no quiero sentir que voy disfrazada, así que no llevaré cola ni velo. Quiero ir cómoda” – había sentenciado. Pero sí le había dado su toque personal: el bordado del cuerpo del vestido dibujaba unas pequeñas libélulas, apenas perceptibles, pero que yo enseguida distinguí, a pesar de la distancia que todavía nos separaba. A Diana le encantaban las libélulas; solía decir, desde niña, que eran su amuleto de la suerte. Llevaba el pelo suelto y ligeramente despeinado, como cada día, aunque ahora unas pequeñas flores decoraban su larga melena dorada, a la vez que le sujetaban algunos mechones para que éstos no le taparan el rostro. Diana parecía muy segura del paso que iba a dar; yo, en cambio, estaba hecho un flan.
La ceremonia fue muy bonita a pesar de que el párroco se empeñó en llamar Ana a Diana, y de la rabieta del niño que portaba las arras quien, como buen guardián de un tesoro, no pensaba permitir que le arrebataran todas aquellas monedas doradas. Tras el sermón del cura y del Ave María, la misa terminó con las emotivas palabras de los amigos de los novios. Creí que estaba preparado para ese momento, pero cuando llegó mi turno y me vi de pie en el púlpito, delante de todos los invitados, quise desaparecer. No sé cómo lo hice, pero me armé de valor y deseé mucho amor y felicidad a mi mejor amigo y a la chica a la que amaba, Nacho y Diana, convertidos ya en marido y mujer. Ese fue, sin duda, uno de los días más tristes de mi vida.
I en realitat, eixe pot ser el relat de moltíssim persones en el món. L’amor, el protagonista de moltes històries.
En aquesta situació el xic demostra moltes coses, però és clar que cadascú l’encasillarà a la seua forma de veure les coses. Valent o fort per a uns, cobard i trist per a altres…
Així és la vida.
Laura, veo que tienes muchos relatos escritos, algunos son fantásticos y me gustaría publicarlos en Harmonia, lo que sucede que, como bien sabes, estamos limitados por el espacio, te suegiero algo, ¿por qué no vamos publicando cada mes uno de ellos?, pero tienes que elegir los que sean cortos. Repásalos y según su longitud me los vas mandando. Sería una colaboración literaria excelente.
Este, por ejemplo, es cortito.
A ver qué te parece la idea.