Familia

Cuando Martín salió del ascensor, oyó unos gritos que le resultaron familiares. Últimamente las discusiones entre Alicia y los chicos eran muy habituales, pero aquel día no se veía con fuerzas para afrontarlas; había sido un día muy duro en urgencias: un accidente de coche múltiple con un par de heridos de gravedad, un infarto de miocardio, un parto complicado… Definitivamente, no le apetecía nada llegar a casa y tener que lidiar con problemas familiares sin importancia, de modo que se sentó en las escaleras del rellano que conducían a la siguiente planta del edificio con la intención de esperar a que cesaran los gritos. Cuando las cosas se ponían tensas en casa, a menudo recordaba cómo le gustaba su vida tras divorciarse de Estela; habían sido muy felices durante casi diez años, pero al final ella se había cansado de sus interminables turnos de trabajo en el hospital, de las noches que tenía que dormir sola porque él estaba de guardia o de cuando debía pasar la Nochebuena o la Nochevieja sin Martín porque a él le tocaba trabajar. Estela nunca llegó a saber de la aventura que su marido había mantenido con una de las enfermeras ya que apenas duró algunos meses y para Martín no tuvo ninguna importancia. Cuando Estela y él se separaron, decidió que no iba a ser el típico hombre que, al verse soltero con cuarenta años, se desmelenaba y vivía una segunda juventud; él quería disfrutar de la vida, pero a su manera y, además, también debía encargarse de Carlitos. Cuando estaba con él, su día a día giraba en torno al niño, de modo que organizaba su jornada laboral de forma que pudiera estar con él toda la tarde, desde que salía del colegio hasta que se iba a dormir. Cuando a Carlitos le tocaba estar con Estela, Martín aprovechaba su tiempo libre para hacer deporte, disfrutar de la lectura de un buen libro tumbado en el césped del Retiro o apuntarse a algún curso o actividad que le llamara la atención. Aquellos siete años de soltería habían sido para Martín los mejores de su vida.

Un día en el hospital se reencontró con Alicia, su primera novia, el amor de su vida. El final de su relación había sido un poco traumático para Martín, pues ella le dejó sin darle apenas explicaciones. Con el tiempo dejó de sentir rencor hacia ella, pero el primer año después de la ruptura había sido muy duro para él ya que, además, coincidió con el momento en el que se hallaba inmerso en la preparación del MIR. A pesar de todo aprobó con buena nota y consiguió una plaza en el hospital que él quería. Al poco tiempo conoció a Estela y un año después ya estaban casados y con Carlitos de camino.

– No me puedo creer que seas tú, Martín… Al final lo conseguiste, médico de urgencias… – dijo Alicia mientras señalaba la placa que colgaba de la bata de Martín y que le identificaba como médico.

– Así es. ¿Y a ti cómo te va todo? Veo que tienes una hija. 

Al lado de Alicia, retorciéndose de dolor, había una joven de unos diecisiete años que Martín supuso que sería la hija de Alicia.

– Sí, ella es mi hija Nadia. Y no sé qué le pasa, ha estado toda la noche vomitando y se encuentra fatal. Ayer estuvo cenando con su padre, porque estamos divorciados – Alicia quiso informar enseguida a Martín sobre su estado civil –, y le debió sentar algo mal. 

Después de aquel encuentro, Martín y Alicia quedaron un par de veces para cenar y apenas unos meses después, retomaron la relación que había terminado veinte años atrás. Ahora, casi cinco años después, Martín dudaba de si había sido una buena idea volver con Alicia.

Inmerso en sus pensamientos, Martín no se había percatado de que los gritos de Alicia, Nadia y Carlitos no habían cesado en todo el tiempo que llevaba sentado en aquella escalera, de modo que, al final, se decidió a entrar. En el salón, Alicia tenía la cara desencajada, Nadia lloraba desconsoladamente y Carlitos caminaba nervioso por toda la habitación.

– ¿Pero qué narices ha pasado aquí? ¡Vuestros gritos se oyen desde la calle!

– ¡Que dicen que se quieren, Martín! ¡Tu hijo y mi hija se quieren!

A Martín la noticia le pilló totalmente por sorpresa porque no había notado que hubiese ningún tipo de atracción entre su hijo y Nadia, pero trató de disimular su asombro y de poner un poco de sentido común a la situación.

– Bueno, Ali, son casi de la misma edad, no sé, era algo que podía ocurrir. Además, ya son mayorcitos y realmente no son hermanos, así que si quieren estar juntos, no se lo podemos impedir. 

– ¡Pero es que no puede ser, no puede ser…! – no dejaba de decir Alicia mientras se cogía la cabeza con las dos manos, como si no diera crédito a lo que estaba ocurriendo.

– No es tan grave, Alicia – intervino Carlos –. ¿Ves como papá sí lo ha entendido?

– ¡Tu padre no entiende nada de nada! – gritó Alicia fuera de sí.

– ¿Y qué se supone que es lo que no entiendo, Ali? – respondió Martín harto de la situación y con ganas de terminar cuanto antes con todo aquello.

Alicia le miró con una mezcla de rabia y tristeza, sin saber muy bien por dónde empezar a contarle la verdad.

– Martín… – cogió aire y continuó – Nadia es hija tuya, por eso no puede haber nada entre Carlos y ella, porque son hermanos. Hace veinte años, cuando te dejé, lo hice porque supe que estaba embarazada. Me asusté, me agobié, tuve miedo de que me dejaras, de modo que lo hice yo. 

Martín se quedó totalmente pálido tras escuchar la confesión de Alicia; sintió que se mareaba, que la cabeza le iba a explotar y acto seguido se desmayó.

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