El cumpleaños de Alma (2ª parte)

Después de visitar a su último paciente de la mañana, Blanca se cambió de ropa, recogió sus cosas y, tras dar ánimos a aquellos compañeros que tenían guardia durante el fin de semana, salió del hospital y puso rumbo a Morote. Había llegado el fin de semana del cumpleaños de Alma, y aunque al principio había pensado en inventar cualquier excusa para no tener que ir y evitar así reencontrarse con Celia, lo cierto es que, finalmente, había decidido ir por Alma y Diana, porque le hacía mucho ilusión volver a verlas. Con Celia no tenía intención de intercambiar más de dos palabras. Además, como van a ir muchos de los amigos de Alma y la casa va a estar llena de gente, quizás ni nos veamos – iba pensando Blanca mientras conducía y tarareaba la canción de Cold Play que estaban poniendo en la radio en ese momento. Cuando apenas le faltaban tres kilómetros para llegar a Morote vio un coche averiado en la carretera y a una mujer que le hacía señas para que se detuviera a socorrerla.

– Muchas gracias por parar. Llevo media hora aquí y no ha pasado ni un solo coche. Y encima me he quedado sin batería en el móvil y no puedo llamar a la grúa. ¿Me podrías prestar tu teléfono?

A Blanca aquella mujer le resultó familiar.

– ¿Celia?

– Sí, soy Celia – respondió la mujer del vehículo averiado, extrañada-. ¿Te conozco?

– Soy Blanca… 

El rostro de Celia palideció como si hubiera visto un fantasma.

– Vaya, Blanca, no te había reconocido… Supongo que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos. 

– Veinte años. 

– Sí, desde lo de Alberto – dijo Celia con la mirada ida -. Pero no quiero hablar de eso. He venido a ver a Alma y a pasar un buen fin de semana con ella y con Diana.  

Yo tampoco quiero hablar de Alberto – respondió Blanca visiblemente molesta por el desdén con el que Celia le había hablado -. Voy a llamar a la grúa y después te puedes venir conmigo a Morote. Alma debe estar esperándonos desde hace rato. 

Celia no respondió, simplemente asintió con la cabeza y se limitó a hacer lo que Blanca le había sugerido. Pasadas las nueves de la noche, la dos ex amigas llegaron juntas a Morote.

Cuando Diana bajó al hall del pequeño hotel rural en el que esperaban Celia y Blanca, se sorprendió de verlas juntas, pero disimuló y trató de actuar con total naturalidad. Tras el reencuentro de tres de las cuatro componentes de La Pandilla Piruleta, Diana, siguiendo las indicaciones de Alma, acompañó a sus amigas a sus respectivas habitaciones para que pudieran dejar las maletas y las citó media hora después en el comedor del hostal. La primera en bajar fue Blanca, que enseguida se sentó en la mesa que le indicó el camarero que estaba reservada para ellas; apenas unos minutos después llegó Celia. Sentadas una frente a la otra, pero sin mirarse y sin intercambiar palabra alguna: así permanecieron durante los largos quince minutos que tuvieron que esperar a sus amigas. Cuando el reloj de cuco que presidía la sala marcó las diez y media, Alma y Diana al fin entraron en el comedor. Alma estaba extremadamente delgada y caminaba con dificultad, apoyada en una muleta y ayudada al mismo tiempo por Diana. A pesar del maquillaje, su rostro se adivinaba pálido y huesudo, fruto de la enfermedad; el pelo se le había caído, de modo que escondía la cabeza bajo un pañuelo que Diana acababa de regalarle.

Sé que no esperabais verme así, pero me alegro mucho de que hayáis venido – dijo Alma esbozando una gran sonrisa.

¿Desde cuándo estás enferma, Alma? ¿Por qué no me habías dicho nada? – preguntó Blanca con el rostro totalmente desencajado.

Ya le dije yo que debía habéroslo dicho antes – intervino Diana.

Bueno, pues no sé, al final cada una tiene su vida y no tenemos tanto contacto, por eso se me hacía raro llamar para decirte “Hola, ¿sabes que tengo cáncer?” – bromeó Alma para quitarle hierro al asunto -. Y cuando os escribí para deciros lo de mi cumpleaños tampoco os quise decir nada porque quería que vinierais por mí, no por mi enfermedad. Solo se lo dije a Diana porque he mantenido el contacto con ella todos estos años, pero le pedí que no os contara nada y veo que ha cumplido su palabra.  

– Lo entiendo… y lo siento – dijo Blanca -. Sé que no he estado a tu lado cuando me has necesitado. Quise venir a la inauguración del hostal, pero…

Pero no vino por si venía yo – respondió Celia, que hasta aquel momento había permanecido en silencio.

Pues sí, ese fue el motivo por el que no vine, pero habíamos quedado en no hablar del pasado, Celia – respondió Blanca, levantando la voz sin querer.

– Pero yo sí quiero que habléis del pasado, chicas, ese es uno de los motivos por el que os he reunido este fin de semana aquí. Quiero que os sentéis a hablar de lo que ocurrió, ha pasado mucho tiempo desde que Alberto falleció y a él no le gustaría para nada veros así. 

– Lo siento, Alma, pero no tengo nada que hablar con Blanca. Mi hermano se suicidó por su culpa y ya está, no hay más. 

Celia se levantó bruscamente de la silla y cuando se disponía a irse, Blanca la agarró del brazo.

– Durante muchos años yo también me culpé de la muerte de Alberto porque pensaba que, de algún modo, podría haberle salvado, pero él no estaba bien, Celia…

– Mi hermano estaba perfectamente hasta que tú le dejaste y con tu decisión acabaste con su vida y con la de todos nosotros. 

– Alberto padecía trastorno bipolar, Celia. Escuchaba voces, tenía alucinaciones y, en ocasiones, se ponía violento. Una vez tuvimos una discusión muy fuerte porque yo le insistí en que debía contároslo e ir al psiquiatra y no le sentó nada bien. Me dio una paliza de la que sigo padeciendo secuelas…

¿Eso fue aquella vez que nos dijiste que te habías caído por las escaleras? – preguntó Diana, alarmada.

Sí, eso es lo que le conté a todo el mundo… Después de aquello decidí que no podía seguir al lado de Alberto porque no sabía qué más sería capaz de hacerme. Cuando me recuperé quedé con él para decirle que quería terminar con la relación; él se disculpó, me prometió que no volvería a pasar algo así, que se pondría en manos de especialistas, pero yo estaba atemorizada y me negué a darle otra oportunidad. Unos días después se quitó la vida…

¿Por qué nunca nos contaste todo eso? – preguntó Alma, consternada por todo lo que acababa de contar Blanca.

Celia y su familia me culpaban del suicidio de Alberto de modo que yo misma empecé a hacerlo también. Estuve en tratamiento psicológico durante muchos años y en muchas ocasiones mi psicóloga trató de convencerme para que te llamara, Celia. Hablar contigo y aclararlo todo me serviría para cerrar una de las etapas más dolorosas de mi vida, pero nunca tuve el valor suficiente para hacerlo.

Celia se sentía abrumada por todo lo que Blanca acababa de contarles y no podía pensar con claridad.

– Chicas, lo siento mucho, pero necesito estar sola. Nos vemos mañana, ¿vale?

Al día siguiente, temprano, Blanca estaba sentada en el jardín disfrutando de la tranquilidad del campo y de los primeros rayos de sol cuando Celia apareció y se sentó a su lado. Unos minutos después abrazó fuertemente a Blanca y le susurró al oído: “Lo siento, Blanca, he sido muy injusta contigo todos estos años”. En el mismo instante en el que Blanca se disponía a responder, llegó Diana, corriendo: “¡Chicas, Alma ha empeorado! El médico ya está de camino”.

Blanca, Celia y Diana se sentaron en la cama, alrededor de Alma y ella, al notar su presencia, abrió los ojos muy poco a poco y con un hilo de voz se quiso despedir de sus tres mejores amigas.

– Chicas, me alegro de que estéis aquí conmigo. Sabía que me quedaba poco tiempo, así que me inventé todo eso de mi multitudinaria fiesta de cumpleaños porque quería despedirme de mis amigos, pero como habréis podido comprobar, no hay nadie más aquí, solo os tengo a vosotras. Y quiero que todo esto sirva, al menos, para que volváis a ser las amigas que fuisteis. Que mantengáis el contacto y que os reunáis en Morote de vez en cuando. De todos modos tendréis que venir a menudo porque vais a heredar este hostal que monté con tanta ilusión hace algunos años. Mi abogado os pondrá al corriente de todo cuando llegue el momento, no os preocupéis. Os quiero mucho, chicas…

Alma no pudo articular ninguna palabra más. Falleció apenas unas horas después rodeada de sus amigas, con La Pandilla Piruleta al completo.

Deja un comentario