Historias de nuestro barrio

“Marta Giner es ya una afamada novelista a pesar de su juventud”. “La carrera literaria de esta joven escritora ha sido meteórica: con apenas veinticinco años ganó el Premio Nadal, al que han seguido muchos otros premios de gran prestigio como el…”. “La escritora pamplonica se ha convertido en una de las voces más solventes de la narrativa española, por eso sus lectores ya están ansiosos por leer su próxima novela que, previsiblemente, será publicada la próxima primavera”. 

Marta había pasado la mañana leyendo los recortes de periódicos y revistas con las entrevistas que le habían hecho durante todos estos años y que su madre había ido recopilando con mucho orgullo. Habían estado hablando por teléfono la semana anterior y Marta le había confesado que no pasaba por una buena etapa, que la estaban presionando desde la editorial para que escribiera un nuevo libro y que, aunque llevaba meses intentándolo, no había conseguido dar con ninguna buena idea. “Se han terminado las historias, mamá, no puedo seguir” – le dijo entre lágrimas. Dos días después su madre se presentó en su casa cargada de tuppers y de todos aquellos recortes con los que pretendía que Marta recuperara la ilusión por escribir.

Pero pasaban las mañanas, las tardes, los días y Marta se sentía cada vez más frustrada. Leía y releía libros, veía películas, series, dibujaba, pero las musas seguían sin visitarla. “¿Por qué no sales a dar una paseo, Marta?” – le aconsejó su madre. “Las historias no van a venir a llamar a tu puerta, las historias están ahí afuera”. Marta aceptó con desgana la propuesta de su madre y salió a dar una vuelta por el barrio. Seguía viviendo en la misma zona que cuando llegó a Madrid con veinte años, a pesar de la insistencia de su representante para que se mudara al centro. “Te podría conseguir un pequeño estudio en Serrano tirado de precio, Marta, no tienes necesidad de vivir aquí” – le repetía cada vez que iba a visitarla, pero Marta siempre le respondía lo mismo. “Me gusta mi barrio, Gabriel. La gente es muy amable y tiene su encanto”. 

Cuando ya se disponía a volver a casa, acompañada de la misma frustración con la que había salido, vio a Germán, su vecino del segundo, sentado en uno de los bancos del parque. Era un señor muy agradable, y hacía mucho tiempo que no se habían visto, así que decidió acercarse a saludarle.

– Buenos días, señor Germán. ¿Cómo se encuentra?

– ¡Marta! ¡Dichosos los ojos! Bien, tirando, como siempre. ¿Y tú que tal? ¿Andas escribiendo? Hace mucho tiempo que no nos cruzamos en el rellano del edificio. 

– Es que últimamente no he salido mucho de casa… Además, mi madre ha venido de visita y…

– Ah, ¿sí? Pues dale saludos de mi parte. ¿Y por qué dices que no salías de casa? ¿Has estado enferma?

– Bueno, algo así… Estoy enferma de ideas, señor Germán. El síndrome de la hoja en blanco, que se suele decir. Debo escribir una nueva novela y no se me ocurre sobre qué escribir. 

¡Menuda faena!

– Pues sí… y he salido en busca de inspiración, pero parece que me vuelvo a casa con las manos vacías. 

– ¿Y por qué no te sientas un rato aquí conmigo? A veces las mejores historias están delante de nuestras narices y ni nos damos cuenta. 

– Ah, ¿sí? ¿Usted también es un buscador de historias, señor Germán?

– En absoluto, Marta. Yo solo soy un viejo con mucho tiempo libre. Pero no sabes la cantidad de cosas que se pueden descubrir parándonos a observar lo que sucede a nuestro alrededor. 

– Me ha convencido – dijo Marta mientras se sentaba al lado de Germán. Cuénteme, ¿qué grandes historias se esconden en nuestro barrio?

¿Conoces a Vladimir, el mendigo que siempre pide limosna en la boca de metro? Pues un día le pillé leyendo un libro. Era un libro fotocopiado de Así habló Zaratustra. La semana siguiente le llevé algunos de mis libros y se puso más contento que unas pascuas. Resulta que en Moscú era profesor universitario, pero tuvo que salir huyendo por problemas políticos. Dice que no le importa estar viviendo en la calle, que a pesar de eso aquí ha conseguido ser más feliz. 

– Vaya, menuda historia… 

– Pues tengo muchas más, pero no te las puedo contar todas ahora porque debo subir a casa a comer y a tomar mi medicación. Pero, si quieres, podemos quedar otro día y seguimos charlando. 

– Me encantaría, señor Germán. 

Marta se siguió reuniendo con su vecino casi a diario durante semanas y en primavera, tal y como estaba previsto, su nueva novela, esa que sus fieles lectores con tantas ganas esperaban, salió a la luz. La llamó Historias de nuestro barrio y se la dedicó a su octogenario amigo: “Al señor Germán. Espero que, desde allá donde esté, me siga regalando tantas buenas historias como las que conforman este libro”. 

6 Replies to “Historias de nuestro barrio”

  1. Cómo decía Germán “las historias están delante de nuestras narices” y debes tener presente que nunca sabes quién puede darte una gran historia. Consigue a muchos Germanes por tu camino que hagan que sus grandes detalles hagan volar tu inspiración.

    RV

    1. Germán es un hombre sabio y tiene razón: las mejores historias están donde menos las esperas, así que hay que estar siempre atento para que no se te escapen. 🙂

  2. Hi ha una història en cada esquina, tan sols hi ha que fantasejar un poc i, per supost, saber transmitir-la.
    Tu i jo tenim un fum, quan comensem amb el primer capítol?

    1. Tú eres una gran creadora de històries, a vore quan men contes alguna i la publiquem. 😉

  3. Que relato tan bonito. Enhorabuena!

    1. Me alegro de que te haya gustado, Esther. Gracias por tu comentario. 🙂