Jaime

Cuando eres joven y tienes toda la vida por delante, te empeñas en programar cada minuto de tu existencia de tal modo que, siendo apenas un adolescente, ya empiezas a imaginar cómo será tu vida diez o quince años más tarde. Sin embargo, en esos momentos no tienes en cuenta que la vida tiene sus propios planes para ti, planes que no esperabas y que no puedes (y quizás no quieres) evitar. Entonces, cuando ya eres adulto y has estudiado una carrera universitaria, has conseguido el trabajo que siempre habías soñado, te has comprado una casa y un coche, te has casado con tu pareja de siempre y habéis formado una familia, cuando piensas que eres feliz y que ya lo tienes todo, la vida te hace ver que no es así. Yo me di cuenta cuando conocí a Jaime, uno de los becarios que se incorporó al departamento de publicidad de la empresa en la que trabajaba.

Jaime era bastante más joven que yo, pero sentí una conexión especial con él desde el mismo momento en el que nos presentaron. Aún no había cumplido los treinta, pero había vivido intensamente y eso se notaba en su forma de relacionarse con la gente y de ver la vida. Había viajado por todo el mundo como voluntario de diferentes ONG, hablaba seis idiomas y había vivido todo tipo de experiencias que contaba de forma graciosa y cautivadora. Era un chico creativo, impulsivo y muy divertido de modo que enseguida se integró entre los compañeros del departamento y se ganó el aprecio y el cariño de todos, incluido el mío, aunque como yo era su superior, trataba de disimularlo. Al principio pensaba que la predilección que sentía por él se debía sencillamente a que Jaime era totalmente contrario a mí y representaba todo aquello que se anhela cuando ya se ha llegado a una determinada edad y cuentas con responsabilidades y cargas familiares: libertad. Sin embargo, algún tiempo después me empecé a dar cuenta de que mis sentimientos tenían más que ver con el amor y la atracción que con un simple anhelo de juventud. Me había enamorado de Jaime y aquello parecía no tener vuelta atrás pues, a medida que nos íbamos conociendo, los sentimientos que yo me empeñaba en reprimir no hacían más que intensificarse. Trataba de autoconvecerme de que Jaime solo iba a ser un capricho, de que iba a destrozar mi idílica vida, de modo que pensé que debía tratar de evitarle, de tener menos contacto con él y que cuando terminara su contrato de prácticas, comunicaría al departamento de recursos humanos la imposibilidad de contratarle de forma definitiva. Para aquello solo faltaban un par de meses, no podía ser tan difícil. Sin embargo, Jaime se percató de que estaba siendo distante con él y decidió venir a mi despacho a hablar conmigo.

– Buenos días. ¿Puedo pasar a comentarte algo?

– Claro, pasa. Aunque solo tengo diez minutos, tengo una reunión con el director. 

– Bueno, no tardaré mucho. ¿Te gusto? – me preguntó mirándome fijamente.

– ¿Perdona?

– Estoy preguntando si te gusto, si te atraigo, si te molo. 

– ¿Qué tontería es esa, Jaime? No sé a qué viene esto, pero me parece totalmente inadecuado. 

– ¿Entonces por qué me evitas? Hace un par de semanas que me haces el vacío y no creo que tenga que ver con nada del trabajo. Te gusto y te da miedo aceptarlo, ¿a que sí?

– Me estás empezando a tocar los huevos con la bromita, Jaime. Sal de mi despacho ahora mismo. – Aquella situación me estaba haciendo sentir muy incómodo y me horrorizaba pensar que alguien pudiera oírnos.

– Tú a mí también me gustas, Carlos, desde el mismo instante en el que te conocí. Hubo una conexión entre nosotros, ¿a que sí? Pero bueno, traté de disimular porque sabía que estabas casado y que tienes hijos y tal…

Este no es momento ni lugar para hablar de esto, Jaime. 

– Entonces es verdad. Te gusto y por eso me has estado evitando, ¿no? Podemos quedar algún día, si quieres, para hablar…

– Jaime, por favor, esto no es ningún juego. Yo soy un hombre, tú eres un hombre. Además, soy mayor que tú y lo peor de todo es que estoy casado y tengo familia. Pero no se qué me pasa, es cierto, siento algo por ti y no sé explicar qué es. Pero esos sentimientos no tienen sentido, por eso debes marcharte de la empresa. Te buscaré otro sitio donde terminar las prácticas, no hay ningún problema con eso. 

– Los sentimientos no se eligen, Carlos. No elegimos de quién ni cuándo nos enamoramos y no hay nada malo en hacerlo. 

– Yo no he dicho que esté enamorado de ti. 

– Yo creo que sí lo estás. 

– No estoy enamorado. Esto es algo pasajero, seguro que se me pasará, por eso no quiero echar mi vida por la borda por un sentimiento que ni siquiera sé explicar.

Aquella conversación que mantuvimos Jaime y yo en mi despacho apenas duró unos minutos más, y aunque había tratado de mantenerme firme ante su insistencia para que quedáramos en alguna ocasión, lo cierto es que finalmente accedí. Nuestros encuentros en una pequeña cafetería cerca del Retiro se convirtieron en habituales y más adelante comenzamos a vernos en un hotel de carretera en las afueras de Madrid.

– ¿Por qué no nos vamos lejos, Carlos? – me preguntó Jaime en la que resultó ser nuestra última noche en aquel hotel con olor a lejía y pachuli.

– ¿Irnos?

– Sí, a una ciudad donde no nos conozcan y no tengamos que escondernos.

– Yo tengo toda mi vida aquí, Jaime, a mi mujer, a mis hijos, mi trabajo… 

– Entonces al final era verdad que yo era para ti algo pasajero, ¿no?

– Yo no puedo ser quien tú quieres que sea, Jaime. Estos meses han sido maravillosos, me has hecho sentir cosas que nunca antes había sentido, pero no puedo dejarlo todo por ti.

– Estás equivocado, Carlos. Yo solo quiero que seas tú y este eres tú, el Carlos que ama y se acuesta con otro hombre en la clandestinidad. Tu matrimonio con Clara y tus hijos forman parte de ese Carlos que ya no existe, del Carlos de antes de conocerme. 

– ¿Y por qué el Carlos de ahora es el real y el de antes ya no existe?

– Porque ahora eres feliz y antes no lo eras. 

No supe qué responder porque, en el fondo, sabía que sus palabras tenían sentido y estaban llenas de razón. Jaime se levantó, se vistió, me dio un beso y se marchó. Al día siguiente, cuando llegué a la oficina le busqué por todas partes para aclarar con él lo ocurrido la noche anterior; le iba a pedir más tiempo, que me dejara pensar cómo podía hacer las cosas bien con Clara y los niños porque tenía claro que no quería renunciar a nuestro amor. Pero desde recursos humanos me comunicaron que Jaime había llamado esa misma mañana para decirles que por motivos personales no iba a poder continuar con sus prácticas. Traté de ponerme en contacto con él, pero su móvil estaba apagado; me acerqué al piso que compartía con unos amigos y estos me dijeron que Jaime les había contado que tenía un problema y que debía dejar el apartamento. Nunca más supe nada de él. Jaime se fue y se llevó con él a ese Carlos real y feliz que ya nunca más volví a ser.

Deja un comentario