El desconocido

Carol y Marco se habían conocido cinco años atrás, cuando ella acudió a la tienda de muebles en la que él trabajaba. Carol acababa de hacer reformas en el piso que había comprado y buscaba un mobiliario de calidad pero asequible, que tuviese personalidad y proporcionara a su hogar un estilo propio muy característico. Hacía poco tiempo que Marco había empezado a trabajar en la tienda; se había mudado un par de meses antes a la ciudad y ese era su primer empleo. Su jefe, el señor Izquierdo, todavía no le dejaba atender a los clientes, de modo que él se encargaba de controlar el stock que iba llegando al almacén, de colocar los productos nuevos en el escaparate y de supervisar que todo estuviese ordenado en la tienda. Marco tenía claro cuáles eran sus tareas; sin embargo, cuando vio entrar a Carol, le suplicó a su jefe que le dejara atenderla. Aquella chica parecía diferente, especial y no quería perder la oportunidad de hablar con ella. El señor Izquierdo aceptó a regañadientes, pero se mantuvo lo suficientemente cerca de su empleado como para intervenir en la conversación en el caso de que Marco metiera la pata. Para su sorpresa, el joven aprendiz supo darle a la clienta la información precisa de cada producto en el que ella parecía estar interesada: “Esta mesa es de roble natural y las patas son de forja, aunque se le pueden poner también patas de cristal, de hierro o del mismo roble”; “Las medidas de este aparador no se pueden modificar, pero este otro fabricante sí permite adaptar las medidas a lo que necesite”; “En esta sección tenemos objetos de segunda mano, con mucha historia, restaurados a mano. Son un poco más caros, eso sí, pero algunos son auténticas joyas, ¿no le parece?”. Carol se marchó a casa con una sonrisa de oreja a oreja y no solo porque hubiese encontrado muebles que le gustaran, sino porque Marco le había parecido un chico encantador y quería volver a verle, de modo que con la excusa de que iba a pagar los productos a plazos, cada semana pasaba por la tienda. Un día Carol llegó casi a la hora de cerrar, de modo que Marco le propuso ir a tomar algo a una cafetería cercana y ella accedió entusiasmada. Algunas semanas después, él fue a casa de ella a llevarle los últimos muebles que había encargado y Carol le invitó a quedarse a cenar. Estuvieron hablando hasta la madrugada de sus cantantes favoritos, de los países que habían visitado, de lo que les gustaba hacer en su tiempo libre y coincidían prácticamente en todo. Aquella noche fue la de su primer beso, y también la de la primera vez que durmieron juntos; a partir de aquella noche ya nunca más se volvieron a separar. Apenas cinco meses después de conocerse, Marco se fue a vivir a casa de Carol.

Los familiares y las amigas de Carol estaban muy sorprendidos con el comportamiento de ella y creían que se había precipitado con la decisión de compartir piso con un chico al que acababa de conocer:

– No sabes nada de él, Carol. Es un perfecto desconocido. ¿Y si es un asesino en serie?

– No digas tontería, mamá. 

– Pero hija, si a mí no me parece mal que salgas con él. Yo solo digo que podríais haber ido más poco a poco, ¿no? 

– No soy ninguna cría, mamá, y sé de quién me puedo fiar y de quién no. Marco es un buen chico, es trabajador, educado y me quiere mucho.

La boda de Marco y Carol se celebró tan solo un año después, a pesar de las reticencias de la familia de ella, en el pueblo natal de Carol. Marco era hijo único y, al parecer, tampoco mantenía contacto con sus primos, sus tíos y sus viejos amigos, de modo que a la boda únicamente asistieron sus padres. Carol solo les había visto un par de veces, por Navidad, cuando habían venido a visitarles. Eran personas muy agradables, aunque bastante tímidas y calladas. “Son muy raros, hija. ¡No dicen ni mu!” – le había espetado la madre de Carol a su hija cuando les conoció, pero ella, una vez más, no dio crédito a las opiniones de su madre. Sin embargo, cuatro años después de todo aquello, empezaron a suceder cosas en torno a Marco que desconcertaron a Carol.

En una ocasión, quiso darle una sorpresa y fue a buscarle a la tienda a mediodía para invitarle a comer, pero cuando llegó allí estaba manteniendo una acalorada discusión con una mujer a la que Carol no conocía pero que parecía tener algún vínculo con su marido. Trató de olvidarse del asunto, pero no soportaba la idea de que Marco la estuviese engañando con otra, así que esa misma noche le preguntó directamente que quién era aquella mujer. Él le aseguró que solo era un clienta descontenta que había llegado muy alterada por un problema con uno de los muebles que le habían vendido, pero a Carol no terminaba de resultarle convincente aquella explicación, de modo que los días siguientes se dedicó a rebuscar entre las cosas de Marco para encontrar alguna prueba de su infidelidad. Para su alivio no encontró nada de eso, pero sí encontró importantes sumas de dinero escondidas por toda la casa: en las macetas del balcón, tras algunos cuadros del salón, debajo de un par de baldosas sueltas de la cocina. ¿De dónde había salido todo aquel dinero? ¿En qué lío estaba metido Marco? Carol no daba crédito y no sabía qué hacer; estaba asustada pero, aún así, trató de mantener la calma y de actuar con su marido como si todo estuviese bien. Él parecía el mismo de siempre, aunque recibía muchas llamadas y siempre se marchaba a otra habitación a atenderlas. En algún descuido de Marco, Carol logró revisar su teléfono pero el registro de llamadas entrantes siempre aparecía borrado; sin embargo, un día, cuando entró a casa, Marco no se percató de que Carol había llegado y ella pudo oírle decir que se iba a reunir con alguien en “La cueva”, que ahora estaba situada en un callejón cercano al muelle. Al día siguiente, a las seis de la mañana, Marco le dio un beso en la mejilla a Carol, que fingía estar dormida, y se marchó. Le había dicho que debía ir temprano al trabajo porque tenía que ayudar a descargar un importante pedido de muebles que llegaba desde Marsella. Carol se levantó rápidamente, se vistió y fue tras él. Desde la distancia pudo verle adentrarse en una pequeña calle sin salida en la que, unos minutos después, entraron también un hombre y una mujer, la misma a la que había visto discutir con Marco en la tienda del señor Izquierdo. Al cabo de unos diez minutos salieron los tres pero por separado. Acto seguido Carol se acercó a inspeccionar el callejón y allí encontró el coche que compartía con su marido; al abrirlo e inspeccionar la guantera descubrió una pistola, más fajos de dinero y diversos documentos de identidad con la foto de Marco, pero con otros nombres. Muy nerviosa y confusa, Carol se marchó corriendo a casa. Trataba de autoconvencerse de que todo aquello debía tener una explicación lógica, pero nada tenía sentido. ¿Quién era en realidad Marco? ¿Y si su madre tenía razón y se había precipitado con él? ¿Y si era un asesino en serie? Para tranquilizarse, se dio una ducha caliente y se preparó una tila; se sentó en el sofá y puso la televisión para distraerse. Estaban dando una noticia de última hora en el telediario:

“La Policia Nacional acaba de desarticular una banda de narcotraficantes que llevaba algo más de cinco años operando en la ciudad. Su cabecilla, Raúl Sáez, que ahora utilizaba la identidad de Marco Padilla, logró establecerse aquí sin levantar sospechas al comenzar a trabajar en una conocida tienda de muebles de la localidad y casarse con la joven Carolina Carrasco, maestra de profesión. También ha sido detenida Raquel Ricarte, la amante de Sáez, que se dedicaba a distribuir la droga en los pubs y locales más frecuentados (…)”. 

Deja un comentario