Secretos familiares

Cuando Silvia terminó sus estudios universitarios decidió mudarse a la capital para cursar un máster y especializarse en liderazgo personal y coaching. El ámbito del desarrollo personal y profesional se había puesto de moda en los últimos años, de modo que se había convertido en una salida laboral sólida para los recién licenciados en psicología. Cuando la universidad le comunicó que su solicitud de acceso había sido aprobada, Silvia cogió una pequeña maleta con algo de ropa, unos cuantos libros y se marchó a Madrid en busca de un piso pequeño y asequible; cuando lo encontrara se llevaría el resto de sus cosas.

Llevaba un par de días hospedada en una pensión de la Gran Vía, visitando inmobiliarias sin éxito y deambulando por las calles en busca de algún cartel de “se alquila”. Todos los pisos que había visitado eran pequeños cuchitriles de precio excesivamente alto que, además, tendría que compartir con algún desconocido. Sin embargo, una semana después, mientras se resguardaba del frío tomando un café con leche en una cafetería, leyó un anuncio en el periódico que llamó su atención: “Se ofrece habitación y comida caliente a estudiantes. Incluye servicio de limpieza e Internet. 400€/mes. C/ Cánovas del Castillo 11, 1ºB”. Al principio Silvia pensó que se trataba de una broma. “¿Solo 400€ por hospedaje, comida, limpieza y hasta Internet? No puede ser cierto…”- se decía a sí misma mientras leía el anuncio una y otra vez; aún así, decidió acercarse a la vivienda a comprobar si era verdad.

Siguiendo las instrucciones de Google Maps llegó hasta la dirección que se indicaba en el anuncio y se encontró ante un edificio no muy grande, de tres plantas, pero con mucho encanto. De color blanco nacarado, con balaustres, celosías y adornos dorados en forja, la edificación dataría, seguramente, de principios de siglo. ¿Quién vivirá aquí? – se preguntaba, intrigada, Silvia. Como deseaba salir de dudas, no se lo pensó dos veces y tocó el timbre del 1ºB. No respondió nadie, pero la puerta se abrió de repente. La entrada del edificio era espectacular, con mármoles rosáceos y blancos, y una gran escalinata central por la que se accedía a los pisos superiores. Silvia subió por aquellos inclinados peldaños hasta llegar a la vivienda en la que pretendía conseguir alojamiento y llamó a la puerta. Abrió una criada perfectamente ataviada con uniforme y cofia.

Buenos días, señorita. ¿Qué desea?

– Hola, buenos días. Venía por lo del anuncio del periódico, estoy interesada en alquilar la habitación que…

– Ah, sí, sí, muy bien. Pase, por favor. La señora Carmen la atenderá enseguida. 

Silvia siguió a la criada hasta una pequeña sala de estilo rococó y se acomodó en uno de los sillones; a los pocos minutos, mientras la joven inspeccionaba cada detalle de la estancia, la puerta se abrió y, tras la sirvienta, apareció doña Carmen.

Era una señora alta y delgada, con cierto aire distinguido; vestía de manera sencilla y apenas llevaba joyas y maquillaje. Silvia calculó que tendría más de ochenta años, pero desbordaba vitalidad. Doña Carmen le contó a la joven psicóloga que ella era de familia adinerada y su marido, “su Juan”, ya fallecido, había ostentado un alto cargo militar. Las demás viviendas las ocupaban sus hijos y nietos; sin embargo, a pesar de vivir tan próxima a su familia, la señora se sentía sola. “La mayoría de mis amigas ya han muerto y las que no, están postradas en una cama o viven en alguna residencia de ancianos. Mis hijos están muy ocupados con sus trabajos y sus vidas, así que yo me siento muy sola. Por eso puse el anuncio, para poder tener a alguien en casa con quien charlar de vez en cuando”. A Silvia se le aguaron los ojos ante la confesión de soledad de aquella mujer que parecía tenerlo todo pero a la que le faltaba, quizás, lo más importante: el amor y la compañía de los suyos.

Estuvieron hablando más de una hora y congeniaron tan bien que decidieron que, a partir de aquel momento, se convertirían en casera e inquilina. Doña Carmen insistió en celebrar esa misma noche una cena con sus hijos para presentarles a Silvia, de modo que, a las nueve y media en punto estaban todos sentados en una mesa que la criada se había afanado en preparar exquisítamente. La cena transcurrió con normalidad, aunque Silvia percibió que a los familiares de doña Carmen no les entusiasmaba excesivamente la idea de que una extraña fuese a vivir con su madre. No pretendía ser una molestia ni crear tensiones entre ellos, así que el día siguiente decidió subir a hablar con Elena, la primogénita de doña Carmen. Lo que, sin duda, no esperaba era encontrarse al marido de esta besando apasionadamente a su cuñada, la esposa del hermano de Elena, en el rellano de la tercera planta. Silvia se quedó de piedra, pero ese no fue el único secreto familiar que descubrió en su primera semana como inquilina del 1ºB. Algunos días después vio cómo el nieto mayor de doña Carmen robaba dinero de la caja fuerte de su abuela con la complicidad de su tío, el hijo menor de la matriarca quién, además, tenía algún tipo de negocio turbio, a juzgar por el aspecto de alguno de sus acompañantes.

Aquella familia escondía demasiados secretos y Silvia no estaba segura de poder guardarlos todos, así que, a pesar de saber que podía volver a verse en la calle si se los contaba a doña Carmen, decidió hacerlo. Lo que no esperaba es que aquella mujer de quien, en primera instancia, se había compadecido, le asegurara que estaba al tanto de todo lo que ocurría en su casa y que, con cierto descaro y altanería, le espetara: “Pobre niña ingenua, todo el mundo guarda algún oscuro secreto. ¿Cuál es el tuyo?”

2 Replies to “Secretos familiares”

  1. Després la matriarca els pilla de les orelles o què?
    En aquesta ocasió, més que micro relat necessitem novela de 400 pàgines en la que el lector va descobrint a poc a poc tots els secrets de la familia i perquè no, també els de la inquinilina.
    Ja saps, aquí estic, al peu del canyó.
    :-*

    1. Sempre estas al peu del meu canyó i t’ho agraisc. I si, tinc que plantejarme una novela d’aquest relat, han quedat massa interrogants en l’aire 😛

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