El andén siete

María había llegado a la estación antes de tiempo; había quedado a las seis de la tarde con Gonzalo en uno de los bancos del andén siete, concretamente en el penúltimo de ellos, porque en ese mismo lugar se habían conocido apenas unas semanas antes. Ella, como cada día, esperaba la llegada del cercanías enfrascada en la lectura de algún libro. Él solía ir en coche al trabajo, pero su viejo Ford Focus le había dejado tirado en pleno centro de la ciudad así que, después de avisar a la grúa y de que los del seguro le informaran de que no tenía contratado el “servicio gratuito de traslado al domicilio en caso de avería de su vehículo”, no le quedó más remedio que coger el tren para volver a casa. Más tarde pensó que había sido una suerte que a su coche se le hubiese roto el cable del embrague porque si no quizás nunca hubiese conocido a María.

Comenzaron a hablar por casualidad, cuando ella le hizo sitio en el banco para que se sentara mientras esperaban la llegada del cercanías. Ya no debe tardar mucho – avisó María -, pero justo en ese momento una voz anunció por megafonía que su tren se retrasaría al menos media hora por culpa de una avería. ¡Menuda suerte la mía! ¡Vaya día de mierda! – espetó Gonzalo. Bueno, siempre podría ser peor… – le respondió María. Y se pusieron a hablar de fútbol, de la gran jugada de Isco y Lucas Vázquez en el último partido del Real Madrid. También hablaron de libros, de la necesidad de leer a los clásicos; hablaron de política, de la inestable situación de Cataluña, y también hablaron de música, de que a ambos les hubiese gustado poder ver actuar a Freddie Mercury en directo. Más tarde María pensó que había sido una suerte que el tren se hubiese averiado porque si no quizás nunca hubiese conocido a Gonzalo.

Había dudado mucho sobre si quedar con él o no; después de lo de Pedro, no sabía si estaba preparada para empezar otra relación. Pero ya habían pasado tres años y, quizás, ya le tocaba empezar a ser feliz de nuevo. Estaba tan ensimismada pensando en todo esto que no se había dado cuenta de que la chica que estaba sentada a su lado, en el penúltimo de los bancos del andén siete, estaba llorando. Se apresuró a darle un pañuelo y trató de calmarla.

Sea cuál sea el motivo por el que lloras, seguro que tiene solución. Y si no la tiene, el tiempo curará las heridas. 

– Mi novio me ha dejado… Llevábamos cinco años juntos, ¡cinco años! Dice que se ha enamorado de otra, que no sabe cómo ha pasado, pero que ya no me quiere. Me dijo que tenía algo importante que decirme y yo creí que me iba a pedir matrimonio…

¡Menudo cabrón! Pero bueno, piensa que el destino, quizás, te ha hecho un favor. Siempre hay que pensar en el lado bueno de las cosas que nos pasan y tal vez tú ahora vas a poder encontrarte con el amor de tu vida, el de verdad.

– En estos momentos no creo en el destino ni en nada…

– Pues deberías. Yo acabo de conocer a un chico que me ha devuelto la ilusión y estoy segura de que ha sido cosa del destino. Yo creo mucho en esas cosas. 

Ojalá te vaya bien con él, pareces una buena chica.

Apenas unos metros más allá del penúltimo de los bancos del andén siete estaba Gonzalo, petrificado. ¿Qué hacía su ex con María? ¿Se conocían? ¿De qué estarían hablando? ¡Menuda suerte la mía! ¡Otro día de mierda! – pensó Gonzalo.

2 Replies to “El andén siete”

  1. Destino (según la RAE): “circunstancia de serle favorable o adverso a alguien o a algo”. Es difícil tener una situación como Gonzalo, pero si sucede, siempre se inclinará la balanza al lado “adverso”.
    El mundo es un pañuelo, pobre Gonzalo.

    RV

  2. Un final inesperat i un miracle, pensaràs tú, que torne a estar per ací.
    Però sempre hem de valorar el costat positiu 🙂

    CD

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