El día de Reyes

La noche del 5 de enero es una de las más especiales del año. Los pequeños esperan con nervios y ansia la llegada de los Reyes Magos; los mayores – padres, tíos y abuelos – reviven gracias a ellos aquellos momentos de magia e ilusión que experimentaban cuando eran niños. En la familia Arriaga las navidades siempre se vivían con gran intensidad porque eran días de mucho trabajo en la pastelería. Ubicada en la Plaza Mayor, era una de las más antiguas de la ciudad y también la que elaboraba los mejores roscones y dulces navideños en toda la comarca. La había fundado el patriarca de la familia, Antonio Arriaga, en el año 1940, cuando apenas contaba con dieciséis años; ahora con casi noventa y cuatro seguía echando una mano, especialmente en las fechas señaladas, a sus hijos y sobrinos, que eran quienes regentaban el negocio en la actualidad.

Antonio Arriaga era un amante de la Navidad y de sus tradiciones; adoraba cantar villancicos, por eso, desde que empezaba el mes de diciembre, se pasaba las horas entonando algunos de sus favoritos, mientras sus nietos le acompañaban con las panderetas y las zambombas. A pesar de su avanzada edad, Antonio Arriaga era una persona muy activa y lúcida, de modo que se hacía cargo de sus seis nietos durante las vacaciones escolares navideñas. Por las mañanas les llevaba a jugar al parque o a ver los escaparates de las tiendas de juguetes para que decidieran qué regalos iban a pedir a los Reyes Magos; por las tardes hacía demasiado frío para estar por la calle, así que se quedaban en casa cantando villancicos, o Antonio les contaba algún cuento navideño que inventaba para ellos. Sus nietos le adoraban y él estaba encantado de poder disfrutar de su compañía y de verles crecer.

Una de esas tardes de cuentos, villancicos y juegos caseros, Gonzalo, el nieto mayor, entró corriendo en el salón y, entre lágrimas, increpó a su abuelo:

– ¡Me habéis engañado! ¡Todo es mentira! ¡Los Re…!

– ¡Cálmate, Gonzalo! – le interrumpió su abuelo. Mientras tanto, los nietos más pequeños del señor Arriega miraban con estupefacción a su primo.

– ¡Me has mentido, abuelo! ¡Me has mentido!

Ve a mi habitación, Gonzalo, y me esperas allí. Voy a preparar un chocolate calentito y mientras nos lo tomamos me cuentas qué ha ocurrido, ¿vale?

Gonzalo aceptó a regañadientes el mandato de su abuelo y se dirigió a la otra habitación. Cuando Antonio Arriaga logró que su nieto se tranquilizara, éste le contó que se había cruzado en el rellano del edificio con el hijo de la vecina del quinto, con quien a veces solían jugar en el parque, y que le había contado algo acerca de los Reyes Magos que le había disgustado mucho.

– ¿Ahora te vas a dedicar a creer todas las tonterías que te digan? Eso es como si los mayores creyéramos las promesas que nos hacen los políticos durante la campaña electoral… 

Gonzalo no entendió muy bien el ejemplo de su abuelo, pero no dudó en responderle.

– ¿Pero cómo voy a creer en algo que no he visto? ¿Cómo puedo saber entonces que los Reyes Magos son reales?

Es sencillo. ¿Tú has visto un millón de euros?

– No.

– Pues que no lo hayas visto no significa que no exista. Porque, de hecho, existe, ¿verdad?

Gonzalo no supo qué responder a su abuelo, quien prosiguió:

– Nunca dejes de creer en la magia, Gonzalo, y la magia te sorprenderá. 

Los días siguientes a esta conversación Gonzalo estuvo más callado y distante de lo habitual; seguía enfadado por lo ocurrido y no sabía a quién creer. Antonio Arriaga le observaba y confiaba en que sus palabras hubiesen ayudado a su nieto mayor a recuperar, al menos mínimamente, la ilusión por la Navidad.

Cuando llegó el esperado día de Reyes, a Gonzalo le despertaron los gritos de sus primos, quienes desde el salón de la casa anunciaban que sus majestades de Oriente habían dejado muchos regalos para todos. El nieto mayor del señor Arriaga bajó las escaleras con desgana y se unió al resto de sus primos. Aunque trataba de disimular, Gonzalo estaba igual de nervioso que los demás niños pues estaba ansioso por comprobar el resultado de su experimento. Apenas un par de días antes había ido con sus primos a entregar su carta al paje de los Reyes Magos, pero en ella no había pedido el regalo que más ansiaba recibir: la antigua colección de tebeos de su padre. Nadie sabía de la predilección de Gonzalo por aquellos cómics, así que si los Reyes Magos eran tan mágicos como decía su abuelo, lo adivinarían de todos modos, aunque no se los hubiese pedido expresamente en la carta. Gonzalo fue abriendo uno a uno todos sus regalos: un pijama, una baraja de naipes, dos libros de Manolito Gafotas, un coche teledirigido… Cuando ya había perdido toda esperanza porque no quedaban más paquetes por abrir, su prima Ana descubrió un regalo con el nombre de Gonzalo detrás del sofá. Cuando el niño lo abrió, no lo podía creer: eran los tebeos de su padre. A Gonzalo se le iluminó la cara y, con una sonrisa de oreja a oreja, buscó a su abuelo con la mirada. Antonio Arriaga, desde su mecedora, le guiñó un ojo. Afortunadamente, su pequeño Gonzalo volvía a creer en la magia.

6 Replies to “El día de Reyes”

  1. Excelente relato me agrada la calidez expresiva de la escritora. Excelente días, magia continua.

    1. Muchas gracias por tu comentario, Carlos. Me alegro de que te guste el relato. 🙂 ¡Un beso muy fuerte para todos!

  2. Este relato tan bonito me ha hecho recordar un poco mi infancia de reyes.precioso

  3. Especialmente bonito y lleno de ternura. Sentimientos a los que hoy no se les da la importancia que merecen.

  4. Que voy a decir, el relato me lleva a mi infancia y tengo que decir en primera persona que la “magia” existe , todos la llevamos dentro pero necesitamos parar un poco y reflexionar sobre la bondad de estos detalles de Los Reyes Mayos para encontrarla.

  5. Magia… Siempre estará presente. Nunca dejes de creer en ella!