Toni nunca conoció a su padre, creció sin tenerle cerca, pero como nunca había sentido la calidez de sus abrazos ni de sus caricias, como nunca le había leído un cuento antes de dormir ni había ido a recogerle al colegio, como no había estado presente en ninguno de los momentos más importantes de su vida, apenas notaba su ausencia. No puedes extrañar a alguien que nunca ha estado a tu lado del mismo modo que no puedes echar de menos sensaciones o sentimientos que nunca has experimentado. El único referente paterno que Toni había tenido era su abuelo Ramón; él y la abuela Julia habían ejercido de padres cuando su propia madre, que se había quedado embarazada siendo muy joven, tuvo que continuar con sus estudios un tiempo después de dar a luz.
Cuando Toni era niño se daba cuenta de que su madre no era como las demás: aparte de su apariencia más juvenil, era más graciosa y divertida, y no le importaba que él llegara con la ropa sucia o hecha jirones tras haber estado jugando y revolcándose por el suelo durante el recreo; de hecho, en los días de lluvia, madre e hijo, cogidos de la mano, se dedicaban a ir saltando de charco en charco de camino a casa. También le ayudaba a hacer los deberes, jugaban juntos con el Scalextric, pintaban y dibujaban, y algunos fines de semana le llevaba al cine. A pesar de las clases en la universidad y su trabajo a media jornada en una mercería del barrio, la madre de Toni siempre sacaba tiempo para estar con él. Su hijo estaba creciendo sin un padre, no quería que pensara que tampoco podía contar ella, por eso no le importaba estudiar por las noches y acostarse de madrugada si así podía pasar las tardes con él.
Toni nunca había preguntado por su padre, parecía no importarle quién era o por qué motivo no vivía con ellos; sin embargo, un día salió llorando de clase porque uno de sus compañeros le había dicho que como él no tenía padre, que a quién le iba a regalar la manualidad que iban a hacer con motivo del Día del Padre. Su madre trató de consolarlo y le explicó que, a veces, los papás no pueden estar juntos, pero que ellos dos junto con los abuelos habían formado una pequeña gran familia. Al pequeño pareció convencerle la escueta explicación de su madre y, tras lograr calmarse, no volvió a pensar en su padre hasta muchos años después.
Toni se encontraba en casa, jugando con Mateo, su hijo de apenas un año, cuando volvió a pensar en él. ¿Quién sería? ¿Se habrían cruzado por la calle en algún momento? ¿Seguiría vivo o habría muerto? ¿Tendría otra familia? ¿Sabría que tenía otro hijo? Nunca antes le habían sobrevenido tantas preguntas en torno a su progenitor, pero ahora que él mismo se había convertido en padre y que sentía un amor infinito hacia su hijo, no podía entender cómo alguien podía ser capaz de dejar de lado a una personita indefensa que era parte de sí mismo y seguir con su vida como si nada. En realidad no sabía qué había pasado entre sus padres, su madre no pareció dispuesta a contárselo aquella única vez que él tuvo la necesidad de obtener respuestas, por eso ya nunca más quiso hablar del tema con ella. Ahora, sin embargo, todas esas respuestas que durante tantos años había estado ignorando le parecían más que necesarias. Un día, con la excusa de que Lola, la mejor amiga de juventud de su madre, conociera al pequeño Mateo, volvió al barrio en el que se crió. Si alguien sabía quién era su padre, esa debía ser Lola y seguro que no tendría ningún reparo en hablarle de él.
– Pero Toni, hijo, ¿cómo me preguntas eso a mí? ¿Por qué no le preguntas a tu madre?
– En todos estos años nunca ha querido contarme nada, Lola. ¿Por qué iba a querer hacerlo ahora?
– Porque ya eres un hombre y mereces respuestas. Pero no soy yo quien debe dártelas.
– No quiero abrir viejas heridas, pero necesito respuestas. Por favor, Lola, hazlo por Mateo, él también querrá saber algún día quién es su abuelo y no voy a saber qué decirle…
– Tu madre se va a enfadar conmigo.
– No se enterará, no le voy a decir nada.
– ¡Ay, Toni! Eso espero… Tu padre es el señor Enríquez, Julián Enriquez, el que fue nuestro profesor de Historia del arte en el instituto. Su idilio con tu madre comenzó de forma inocente: ella era muy aplicada y estudiosa, ya lo sabes, le encantaba el arte y las clases del señor Enríquez; a él le entusiasmaba que sus clases despertaran tanto interés en, al menos, una de sus alumnas, así que comenzaron a quedar. El Prado, el Thyssen, el Museo Sorolla… allí, entre grandes obras de arte, surgió el amor entre tu madre y el profesor Enríquez. Porque te digo yo que eso era amor, ¿eh? Pero unos meses después alguien les vio cogidos de la mano por el Retiro y se le contó al director. Te puedes imaginar el escándalo que se montó, especialmente cuando se enteraron de que tu madre estaba embarazada. A él le suspendieron de empleo y sueldo y le expulsaron del colegio y tu madre, pues bueno, cuando ya te tuvo a ti, continuó con sus estudios y bueno, el resto de la historia ya la conoces.
– ¿Entonces mi padre es un viejo verde que se aprovechó de la ingenuidad de una de sus alumnas?
– Nada de eso. El señor Enríquez no era muy mayor y, además, siempre trató bien a tu madre.
– ¿Y por qué no siguieron juntos?
– Lo que pasó fue muy desagradable para todos, especialmente para tu madre, de modo que decidieron ponerle fin a su relación.
– Pero…
– Toni, hijo, ya está, ya te he contado todo lo que yo sabía. Si quieres saber más, ya sabes a quién puedes preguntarle.
Julián Enríquez, profesor de Historia del arte en el Instituto Miguel de Cervantes, expulsado del centro por ennoviarse con una alumna. Ese era su padre. Toni no esperaba una historia así, pero de todos modos, como ya había empezado con sus pesquisas, no pensaba detenerse hasta obtener todas las respuestas. Toni era periodista y trabajaba en un periódico, de modo que no le resultó difícil localizar a su padre biológico. Ahora trabajaba en el archivo municipal de Alcalá de Henares, de modo que con la excusa de que necesitaba documentación para un reportaje, concertó una cita con él. A primera vista, parecía un buen hombre, tal y como le había asegurado Lola. Era bastante alto y delgado, como Toni, y aunque mientras hablaba se mostraba sonriente, lo cierto es que en su rostro se percibía un atisbo de amargura. Toni continuó visitándole durante toda la semana con el fin de ganarse su confianza y poder preguntarle sobre su familia y su pasado.
– Señor Enríquez, déjeme decirle que hace usted una labor encomiable aquí en el archivo. Es muy fácil trabajar en estas condiciones.
– Muchas gracias por el cumplido. Nuestro trabajo no siempre se ve reconocido.
– Pero le dedicará usted muchas horas. Su mujer y sus hijos no deben estar contentos con que pase usted tanto tiempo aquí.
– Yo no tengo familia. Bueno, en realidad sí la tengo. Una mujer y un hijo. Quizás tenga ya hasta nietos, no sé. Pero no tengo relación con ellos. Fue una historia muy bonita, pero el final fue tan desagradable que no nos quedaron fuerzas para continuar.
– Entiendo… Discúlpeme por haberle hecho una pregunta tan personal.
– No importa, de todos modos pienso en ellos a diario. Nunca he dejado de querer a esa mujer y siempre me he culpado por, en cierto modo, haberle destrozado la vida. Ella era muy joven, yo era su profesor y no fui consciente de que lo que estábamos haciendo no estaba bien. Pero es que la quería de verdad, por eso no veía nada malo en nuestra relación. Durante estos casi treinta años he pensado muchas veces en buscarles y conocer a mi hijo, pero he sido un cobarde. Además, la dejé plantada, le dije que no quería continuar, le hice daño, la dejé sola con el niño. Supongo que eso no me lo perdonará jamás. Bueno, disculpe, joven, a veces me pongo a divagar y me disperso. ¿Por dónde íbamos?
– No se preocupe, señor Enríquez, ya continuaremos otro día. Ahora me tengo que marchar. Gracias por todo.
Toni necesitaba salir de allí y coger aire suficiente para no romper a llorar, aunque de todos modos lo hizo. Rompió a llorar de la misma forma que aquel día en el que su amigo Rubén le había dicho que como él no tenía padre, que a quién le iba a regalar la manualidad que iban a hacer para el Día del Padre. Entonces lloró de rabia por aquel padre desconocido que le había privado de su compañía; ahora lloraba por aquel padre que, a pesar de haberse visto forzado a abandonarle, siempre le había querido.